Embrollo familiar. Alfonso

EL EMBROLLO FAMILIAR

De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno” dice un refrán popular, tratando de graficar el hecho de que a veces hacemos daño a los demás, o nos lo hacemos a nosotros, tratando de hacer un bien o de ayudar.

Las relaciones familiares disfuncionales y conflictivas son un caldo de cultivo propicio para que este fenómeno se de en abundancia. Ello se debe a que muchas veces queremos servir a nuestros seres queridos y terminamos complicando su situación, generalmente porque no actuamos con suficiente conocimiento de lo que pasa y nos guiamos más bien por señales ambiguas y poco claras.
Hace un par de décadas el equipo de terapeutas familiares italianos agrupados en torno a la llamada “Escuela de Milán” reflexionó sobre este fenómeno de entrometerse y querer ayudar; lo sistematizó y lo identificó como una de las principales causas familiares para el surgimiento de patologías severas (psicosis, trastornos de la alimentación, depresión, etc.). Lo bautizó como el “embrollo familiar” y lo catalogó como uno de los “juegos psicóticos de la familia” (Selvini y otros, 1995).

A partir de allí el “embrollo” sirvió como hipótesis explicativa para la mayoría de casos que Mara Selvini y sus colegas trataron durante los años ochenta. De allí también se derivaron técnicas e intervenciones terapéuticas como la “prescripción invariable”, de gran utilidad y comprobada eficacia.
En nuestra práctica profesional hemos podido comprobar que el “embrollo” es un patrón de funcionamiento familiar disfuncional que se repite en casi todos los problemas de salud mental que involucran a niños, púberes, adolescentes y jóvenes no emancipados. De allí que nos parece conveniente “develar el juego”, es decir, explicarlo, a ver si algunos de los lectores que lo juegan en casa se identifican con lo dicho y lo sustituyen por otro juego más productivo y sano.

Se le llama “juego” al embrollo familiar no porque sea divertido o sirva de entretenimiento, sino porque es un proceso en el que intervienen varios participantes (jugadores) que compiten entre sí; se siguen reglas (ocultas y negadas), siendo la principal que el juego continúe a cómo de lugar. Se establecen equipos (alianzas) y se busca no perder a toda costa. En este plan todo es válido, incluso el desarrollar alguna enfermedad mental con tal de ganar u obtener ventajas sobre el contrincante.
Selvini y compañía consideran que el embrollo comienza en la familia con el surgimiento de un impasse conyugal. Esta es una situación que desune a la pareja de esposos y que no se asume ni se trata abiertamente. El impasse, por su carácter significativo aunque sobredimensionado, atemoriza a la pareja y, por lo mismo, no se toca y se hace como si no existiera. Los jugadores parecen destinados a vivir una situación sin salida (de allí que se le llame impasse: ni para adelante ni para atrás) y no se permiten tener ni crisis, ni escenas catárticas ni separaciones liberadoras, canalizadas a través del impasse. Este sólo conoce el silencio y la negación. Sin embargo, la tensión que este problema genera se va acumulando y tarde o temprano busca una válvula de escape a través de conflictos de segundo orden, que no resuelven para nada el impasse en sí.

Un caso ejemplificador.

– Una joven de 16 años es traída a consulta por tener arranques de ira, en las que rompe cosas, insulta a sus familiares y se niega a estudiar. Con el tiempo sus síntomas derivan hacia un cuadro claramente depresivo. Está a punto de perder el año escolar y ha comenzado a tener temores nocturnos, creyendo percibir sombras y entes extraños en su habitación que la sumen en pánico y llantos continuos. Ante este hecho sólo la madre la puede controlar y tranquilizar. La relación con el padre es distante y conflictiva desde que hace siete años la joven descubrió evidencia de infidelidad paterna. Tiempo después se lo comunicó a la madre obteniendo de ésta como única respuesta incredulidad y pasividad. Lejos de desentenderse del problema, la paciente se dedicó a provocar al padre, echarle en cara su pecado y a ignorarlo cada vez que podía. Llegó incluso a agredirlo físicamente en varias ocasiones. Desarrolló también un fuerte conflicto con una de sus hermanas, muy cercana al padre, generándose de esta manera una suerte de relación en “espejo”. Su conducta se fue deteriorando, agregándose a ello abuso de alcohol, problemas de conducta en la escuela y peleas con sus amistades. Todo lo cual llevó a la madre a asumir una posición más enérgica con la paciente, lo que deterioró la relación entre ambas. La joven, inicialmente resistente a recibir ayuda psicológica, finalmente accede a ella cuando siente tocar fondo al verse marginada de los preparativos para los festejos de sus promoción escolar y sentirse sumamente sola. Como puede verse en este caso, sucintamente descrito, la inacción de la madre, sumados a su pasividad y a su aparente carencia de recursos para responder ante la presunta infidelidad de su marido, sirven de disparadores para que la joven se involucre y quede embrollada. El mensaje que recibe esta chica es el de una marcada desventaja de la madre frente al padre, y ello le abre las puertas para intentar reequilibrar la balanza, con los trágicos resultados descritos. La inacción de unos es, muchas veces, una invitación para la acción de otros en la familia.

Reflexiones finales.-

– Por más amor que sientas hacia tus padres, nunca te involucres en sus conflictos conyugales. No puedes hacer nada para mejorarlos, y antes bien, puedes ser tú el que finalmente necesite ayuda.

– Si quieres entender realmente tu conducta o la de los demás, utiliza el contexto en el que se da y las interacciones que la rodean como las principales pautas de explicación. La conducta fuera de contexto no se entiende.

Referencias: Selvini, M. y otros (1995) Los juegos psicóticos en la familia. Barcelona: Paidós.

Alfonso Usón

Médico-Psiquiatra

Miembro del equipo de Te-Sis

 

 

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